noviembre 26, 2010

El principio

La tomó con una mano. 

Tembloroso la abrió. 

"El último cigarro", pensó. Buscó dónde sentarse. Debía estar preparado para lo que viniera; debía, de alguna u otra manera, tener más que sólo los pies en la tierra. Comenzó a buscar dentro de los bolsillos de su pantalón, aquel encendedor que alguna vez llegó a alumbrar conversaciones infinitas. 

Las manecillas de su reloj interno daban vuelta. No se detenían. Por más que él quisiera. Pensaba en ella; en su cabello, en su andar; pensaba en su rostro, en su piel. El tiempo transcurría y a lo largo de la calle lo único que se podía distinguir era el frío, como fantasma, acercándose al pavimento.

Cerró los ojos por un momento. Estaba tan cansado. Esas citas eran un viaje interminable. La alegría del instante; el aroma de su piel; el llanto de sus almas; todo aquello se fusionaba y se convertía en momentos colapsados, secos, sin vida.

Inhaló fuertemente. Escuchó a la distancia pequeños pasos, agotados, haciéndole eco en su corazón. El aire se quedó estancado en su pecho. Rápidamente abrió los ojos y volteó hacia la izquierda. Una bolsa de papel danzaba con las hojas secas que encontraba en su andar por el pavimento.

Soltó el aire lento, con hastío.

Prosiguió con la búsqueda de su encendedor. Arriba, abajo, a un lado.

Nada.

Volteó a su derecha -"qué tan estúpido puedo ser"-,  y lo vio en el suelo, casi como si estuviera llamándolo.

Lo tomó con furia, -"una llama más, es lo único que te pido, anda, una llama más"-. Intento encenderlo; lo intentó una vez más. Recordó que no había tomado el cigarro. 

-"El cigarro, el último maldito cigarro y aún no llegas, mujer".-

Colocó el cigarro en sus labios partidos; aquellos faltos de agua, de besos; aquellos fragmentados por el tiempo, por la espera que parecía interminable.

Intentó encenderlo. 

Nada.
 
Intentó una vez más. Al fin una pequeña llama logró hacerse presente. 

Un aroma ahumado comenzó a invadir sus pulmones. Fumó tan rápido que el humo ni siquiera tuvo la oportunidad de atraparlo en el sopor que ella, tan sutilmente, le había enseñado a disfrutar.

Un par de segundos más; una eternidad entre los dedos que sostenían la última esperanza de verla; la ceniza final. 

Se levantó. 

Sin saberlo dejó a su sombra enfriándose, plasmada en el suelo. Dejó a su sombra aún en la espera de aquella mujer. 

Se incorporó y a pasos lentos se deslizó por aquella calle fría; llegó a la esquina y dio la vuelta. Esta vez, no miró hacia atrás.

Sobre el suelo, la sombra inhaló; cerró los ojos. Escuchó pasos, lentos, cadenciosos. Abrió los ojos y volteó.

Nada.
 
Buscó alrededor.
 
Arriba, abajo, a un lado.

Entonces, entre el frío, distinguió un aroma. 

Miró al frente. Sobre el pavimento, la silueta de una mujer enfriándose bajo la espera de un hombre que esta vez, no quiso mirar hacia atrás.







2 comentarios:

  1. Tu relato me gustó. Las decisiones más difíciles son las de dejar mirar hacia atrás para mirar hacia adelante y marcar nuevos caminos.

    Ya te sigo, espero que no te moleste.
    Besos.

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  2. Buen gusto en palabras. Me gustó

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