septiembre 15, 2010

El parque

Nadie imaginaría que el dulce aroma de labios que nunca se han tocado, provocaría un efecto embriagante en dos perfectos extraños. Nadie imaginaría, de igual manera, que fuesen dos perfectos extraños.

El ambiente se sentía húmedo. Hacía un poco de frío y el verde alrededor daba una sensación de frescura y de comodidad.

Ella, sintiéndose niña. Él, sintiéndose hombre.

Caminaron. Ambos sabían porqué habían llegado ahí, porqué habían decidido cambiar de lugar. Hablaban sobre nimiedades sólo para bajar un poco la ansiedad, sólo para escucharse, sólo para jugar.

El coqueteo estaba en el aire. Ella sonreía, él la miraba.

El tiempo transcurría, se deslizaba, extraño, por sus poros.

Se caminaban. Se caminaban por un mundo que estaban construyendo ahí, en ese simple parque, con simples árboles, con simples bancas. Se caminaban por un deseo, por un país; se caminaban por sueños latentes, por paraísos vigentes. Se caminaban por pieles que se necesitaban, por caminos que los juntaban.

De pronto, se detuvieron. Hubo un silencio. Ninguno de los dos se percató del momento en el que sus labios se juntaron, sus cuerpos se fusionaron y en el que se hicieron uno por un instante.

Lentamente se separaron, y se miraron, tal como lo hacen los viejos enamorados, tal como lo hacen aquellos que se conocen desde siempre, de otras vidas, de otros reinos. Se miraron con tanto deseo, se miraron con tanta intriga y tanta pasión que ahí, en el parque, se convirtieron en uno por una eternidad.

3 comentarios:

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  2. Yo la extraño más. Un abrazote.

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  3. Me imagino dos perfectos extraños, siempre habra
    un leve deseo por un desconocido, un encanto sublime por descubrir su mundo...

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