agosto 21, 2010

Fühlen

-"¿Qué quieres de mí?", murmuró él. Como si toda la idealización de su persona se pudiese verbalizar en: palabra coma palabra coma palabra interjección palabra punto final.

Ejercemos tal fuerza ante lo que creemos propio que no nos damos cuenta de un contexto más grande, más gentil y más hermoso. Uno en dónde no está lo que se tiene, sino lo que se siente.

El sentir supera a cualquiera. Supera un rostro, una mano, supera incluso a los cuerpos en sincronía.

El sentir se vuelve aire pasajero, se vuelve instante eterno y divaga por los poros. Se vuelve agua y te recorre, te somete, tal como si fuese la piel misma la que susurrara el sentir, que lo gritara.

El sentir no tiene dueño y es la expresión más libre que existe. Es aquello que anhelamos en secreto bajo las sábanas del umbral del mundo. Ese que te dicta y te recrea.

Desde pequeños nos convencemos de que debemos ser un alguien, pero nunca de que debemos ser un todo. Ser un todo con el sentir.

Ser un todo implica dejar de ser el forastero eterno de nuestros sentimientos y volvernos parte de. Parte del tiempo, parte de la distancia, parte del otro. Ser cercano a lo que se siente para que, a partir de ahí, se respire un aire nuevo, cargado de vida, de sensaciones, de memoria.

Y sentir no es individual. No se siente sin un otro. No siento mis palabras sin el sonido del teclado, no siento a los años sin mi rostro en el espejo y no siento a su corazón sin el calor de su cuerpo.

Sentir.

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